Crónica de un hermoso ritual piojoso en Córdoba
Por el Juancho Mazzeo @largavida.alrock.radio

Sol mayor “quizás no sea el vino”, Fa mayor “quizás no sea el postre”, Do mayor “quizás no sea, no sea nada” Sol mayor. Con esa canción empezaba a aprender cejillas en una criolla que mi abuela había ganado en una rifa del sodero del barrio, allá por el 94, y que dos años después, por influencia de mis amigos que me llevaron a ver un recital de León, tomé prestada un día para ver de qué se trataba.
Mi vecino Marcelo Maurice estaba dando clases de guitarra y ahí fui, a tomar clases durante un par de años en los que aprendí a rascar (que no es lo mismo que tocar) la guitarra y a hacer algo parecido a cantar, ayudado por unos libritos de canciones y acordes que compraba por la peatonal rosarina.
Esa canción me quedó grabada porque la cejilla es complicada para los simples mortales carentes de habilidades artísticas, pero que me abrió el camino para ampliar mi repertorio en las sobremesas de las despedidas de año en el campo, o alguna que otra comida familiar.
Ese año 96 fue un viaje de ida hacia el maldito rocanrol con los recitales de: León, ACDC, Los Piojos y Los Redondos. Y ya no hubo forma de detener nada: viajes, trapos, juntar monedas para alguna entrada, buscar info en los diarios y los vidrios de locales en las galerías rosarinas, descubrir algún programa de radio y escuchar nuevas bandas. Y tantos otros recuerdos que mienten un poco.
El sábado 10 de mayo el forcito salió nuevamente a la ruta, que da buena suerte, para volver a sentir un ritual. Debo ser sincero, la etapa solista de Ciro no me atrapó, no hubo seducción en su propuesta y mis recuerdos quedaron anclados en esos Rituales donde descubríamos nuevas bandas por las remeras de una multitud piojosa que viajaban kilómetros en un escolar con heladeritas de las que brotaban, casi por magia, latas y botellas para calmar esas gargantas rotas durante el viaje. Porque como dice el Flaco, “el viaje es el show”.






Al llegar al Kempes quedé muy sorprendido, y eso que ya lo venía registrando en otros recitales, ver familias completas vestidas para la ocasión. Y ahí fue cuando realmente comencé a “vivir” el ritual, a sentir el aumento de las pulsaciones, la invasión corporal de la ansiedark que se traduce en un estado de ver ese paisaje y sonreír. Y ser feliz.
Esperando el horario para retirar la acreditación, me encontré con el gran Martín Cornejo (si no lo siguen en las redes, vayan a ver las fotos que hace el chango, es cri-mi-nal), con el Leo de Lunáticos Viajantes y otres caras conocidas de algunos recitales por la docta. Ingresamos apenas pasadas las 7 de la tarde, para ver el predio, la altura del escenario y disfrutar de ese movimiento de gente mientras se colmando todo el espacio. Me encanta ver los rostros al llegar y ver el escenario, escuchar las charlas sobre dónde ubicarse, las medidas de seguridad para quienes tienen poca experiencia. Es un momento de transmisión cultural increíble. Y me gusta.
El playón del Kempes estaba casi colmado cuando subieron Jinetes, la banda jujeña-cordobesa, a compartir un puñado de canciones durante unos 40 minutos. La banda que va camino a sus 10 años en 2026, con tres discos de estudio (el último, Obsesión, publicado en diciembre de 2024) ofreció un muy lindo show ante la familia piojosa que escuchó con respeto a estos muy buenos artistas.



Y luego vino la tensa espera. Ese tiempo muerto, o tiempo fuera del tiempo, donde todo parece en cámara lenta menos nuestras pulsaciones, que se aceleran en una catarsis de sentimientos que no logro poner en palabras. Y las luces que se apagan… ufff… y esa distorsión con los primeros acordes para que el mundo se venga abajo: Fantasma, Desde lejos no se ve, Ruleta, Civilización, Difícil, Media caña, Vine hasta aquí, Luz de marfil, Reggae rojo y negro, Sudestada (con el Mati Kupinski), Te diría, Ay ay ay, Todo pasa, Buenos tiempos, Tan solo,
Es sólo rock & roll, Genius, Pistolas (con Alejandro y Danilo). Un respiro breve para seguir: Verano del ’92 (con las Liendres), Como Alí (con Los Caligaris), No parés, Pacífico. Último respiro y final: Don’t Say Tomorrow / La gallina turuleca / Hola Don Pepito, Bicho de ciudad, Muévelo, El farolito, Cruel, Murguita y el Himno Nacional Argentino. Tremenda lista.
Tres horas para un ritual criminal (se debe leer con tonada cruzdelejeña) que nos llevó de viaje por toda la discografía, que se mezcló con recuerdos hermosos de décadas atrás, de esos viajes con la tribu de Tablada, de salir a descubrir el mundo con los recitales, de abrazarnos en medio del pogo, de volver con las toper con tonalidades únicas. Fue eso, sentir que me vas devolviendo la vida en gotas, en canciones.
La puesta en escena fue mortal, un sonido impecable, tanto en el frente como en el fondo, sin fisuras. El arte visual que potenciaba cada momento con dibujos, fotos, grabaciones de videos. Las luces y la forma del escenario que permitían disfrutar del todo. Es necesario reivindicar todo ese laburo detrás del recital, un trabajo pensado para potenciar a la banda y darle al público otros estímulos.







La salida fue caótica porque hubo mucho público local, mucha familia piojosa local y muchos autos particulares. Clavé sanguche de bondiola, me senté una horita en el auto para descansar y salir cuando ya bajaba la intensidad del tráfico. Mientras tanto iba repasando esas tres horas, de encuentros con gente amiga, la Vicky y el Edu que le sacaban fotos a todo el que andaba con una remera de Cabra da Peste, la guitarra del Juan Ávalos que suena increíble, esa doble batería del Dani y Roger. Y los acordes de Tan solo… tan dulce como un blues amargo…
Vuelvo por la 38 con la voz del Indio acompañando, mi ritual de viaje, qué buen ritual, qué buen viaje.
Nos vemos la próxima, ahí donde somos nosotros, donde somos felices, en el rockcanroll.


